El trastorno depresivo de Marie Curie

Esta entrada participa en la convocatoria que han organizado Obertament y la editorial Next Door Publishers para el 7 de abril, con el objetivo de visibilizar la realidad de la depresión y luchar contra el estigma.

Durante el Congreso de Solvay de 1911 Marie Curie recibió dos telegramas. El primero pertenecía al comité Nobel y le anunciaba que era la única galardonada con un segundo premio Nobel, esta vez en química. El segundo le informaba de que la mujer de Paul Langevin había mandado las cartas amorosas que Marie le había escrito a Paul, a la prensa. Había estallado el escándalo. Marie abandonó el Congreso y su casa fue rodeada por personas que arrojaban piedras contra las ventanas. La prensa que la había encumbrado con la concesión del primer premio Nobel no puso ningún reparo en destronar a su ídolo.

La historia amorosa había empezado un año antes. Tras la muerte de Pierre, Marie vio en Paul Langevin, antiguo alumno de Pierre y amigo del matrimonio, un cómplice y un refugio. Paul, por su parte, encontró en Marie el cariño que no tenía en casa y no tardó en pedirle consejo sobre «la desastrosa» equivocación de casarse con Jeanne Desfosses. Ambos se sentían atraídos y compartían inquietudes científicas. Marie sentía que Paul podía convertirse en un compañero de investigación como lo había sido Pierre. Pero la mujer de Langevin no era de la misma opinión. Jeanne, si bien había tolerado otras infidelidades, montó en cólera al sospechar que su nueva amante era la famosa científica a quien había acogido en su casa en tantas ocasiones. Estaba dispuesta a poner fin a la situación costase lo que costase y fue al encuentro de Marie para ordenarle que abandonase Francia o, de lo contrario, la mataría.  Paul, que conocía a su mujer y la creía capaz de cumplir su amenaza, le aconsejó a Marie que se fuese. Pero esta se negó mientras su desesperación por una situación cada vez más insostenible iba en aumento.

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Congreso Solvay 1911

Marie y Paul se reunían en secreto en un pequeño piso, cercano a la Sorbona, que había alquilado Langevin. En la Semana Santa de 1911, las cartas de amor de Marie desaparecieron del apartamento y, una semana más tarde, el cuñado de Jeanne Langevin advirtió a Marie de que estaban en poder de Madame Langevin. El detective que esta había contratado para espiar a la pareja, las había sustraído del cajón del escritorio.

Marie fue acusada de romper una familia, de mujer disoluta, de tentadora polaca y de judía. Su romance se dio a conocer en medio de un clima de antisemitismo y xenofobia generado por la invasión extranjera. La sociedad francesa anhelaba venganza y los periodistas le estaban ofreciendo lo que pedía.  Paul Langevin, a pesar de que capeó mejor el temporal, retó a un duelo al periodista conservador Gustave Téry que había afirmado que era un «zafio y un cobarde». Al final, Téry se negó a disparar para no privar a Francia de una de sus mentes más brillantes y Langevin tampoco levantó el arma.

Muchos antiguos amigos del matrimonio le dieron la espalda. Paul Appell movió los hilos para que un grupo de profesores de la Sorbona exigiera a Marie que abandonara Francia. Pero al decírselo a su hija, quien había acogido a Marie en su casa, esta le plantó cara por primera vez en su vida y le respondió de forma tajante: «Si cedes a este idiota movimiento nacionalista, si insistes en que Madame Curie se vaya de Francia… te juro que nunca volverás a verme en toda tu vida». Así que Appel, a pesar de su enfado, aceptó posponer la decisión.

Pero los ataques provenían de todos los frentes. En medio del sainete, un miembro del Comité Nobel le escribió pidiéndole que se abstuviera de acudir a Suecia a recibir el premio y añadió que «si la Academia hubiera creído que las cartas podían ser auténticas, es muy probable que no le hubiera concedido el premio…». Marie le contestó que no podía aceptar la idea de que en la apreciación del valor de las investigaciones científicas influyese la difamación y la calumnia sobre la vida privada. Asistió a la ceremonia del Nobel junto a su hermana y su hija Irène y en el discurso de aceptación dejó claro sus méritos: «La historia del descubrimiento y el aislamiento de esta sustancia constituyó una prueba de mi hipótesis de que la radiactividad es una propiedad atómica de la materia y puede servir de método para encontrar nuevos elementos». También recordó que «el aislamiento del radio como una sal pura fue llevado a cabo únicamente por mí». Sus aportaciones a la ciencia quedaban claras.

Diecinueve días más tarde fue llevada de urgencias al hospital por lo que se dijo que era una dolencia renal. Se ocultó que había sufrido una crisis nerviosa y se había sumido en la depresión más profunda de su vida. Años más tarde le contó a su hija Eve que había querido suicidarse y algunas de sus cartas muestran que lo planeó. Este fue el peor de los episodios de una enfermedad que convivía con Marie desde la infancia.

El comienzo de la dolencia se manifestó a los once años, tras sufrir la pérdida de su madre y su hermana. Ella misma, antes de convertirse en la conocida Marie Curie, confesaba haber padecido una «profunda depresión», pero al pasar a ser el foco de atención, empezó a referirse a ello como «fatiga», «agotamiento» o «mis problemas con los nervios».

Se pasaba horas llorando a escondidas, sin ganas de hablar con nadie. Su única forma de sobrellevar el dolor era centrarse en los libros. Ocultó su estado a familiares y compañeros y siguió siendo la primera de la clase.

Al final del curso escolar de 1879, la directora de la escuela, Madame Silorseka, le dijo a su padre que Manya era tan sensible y psicológicamente frágil que sería recomendable que esperase un año en pasar al curso siguiente. Pero su padre no la creyó e hizo todo lo contrario. La sacó del ambiente protector de la directora y la matriculó a un instituto ruso cuyos esfuerzos por eliminar la cultura polaca le causaron daños emocionales. Acabó sus estudios a los quince años, con la mejor nota de la clase y una medalla de oro como mejor alumna de 1883.

Pero los años de presión por rendir académicamente, por ocultar su desesperación, le pasaron factura y sufrió una crisis devastadora. El primer capítulo de un trastorno depresivo recurrente que la acompañó toda la vida.

Changing worl Marie Curie (1867-1934)

***

Manya ocultó su depresión del mismo modo que, todavía en la actualidad, hace mucha gente. Ese silencio agrava la situación del enfermo que no entiende lo que le pasa y la de las personas de su entorno que, sin pretenderlo, en demasiadas ocasiones refuerzan el sentimiento de culpabilidad de este, responsabilizándolo de la persistencia de la enfermedad.

Las personas depresivas no están «bajas de ánimo» sino que sufren un profundo estado de desesperación al que desean poner fin. Y eso, en ocasiones, se traduce en suicidio. Hablar abiertamente de la depresión puede ayudar a poner de manifiesto su gravedad y la necesidad de tratamiento, y contribuir a acabar con el estigma.

«Hablemos de la depresión»

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Acerca de Laura Morrón Ruiz de Gordejuela

Licenciada en Física por la Universidad de Barcelona y máster en Ingeniería y Gestión de las energías renovables por IL3. Tras desempeñar su labor profesional durante diez años en el campo de la protección radiológica, tuvo la oportunidad de entrar a trabajar en Next Door Publishers, donde, como editora, puede aunar su pasión por la divulgación científica y los libros. Aparte de esta labor, desde 2013, ejerce de divulgadora científica en el blog «Los Mundos de Brana» —premiado en la VI edición del Concurso de Divulgación Científica del CPAN— y en las plataformas «Naukas» y «Hablando de Ciencia». Ha colaborado en los blogs «Cuentos Cuánticos» y «Desayuno con fotones» y en los podcasts de ciencia «La Buhardilla 2.0», «Crecer soñando ciencia» y «Pa ciència, la nostra». Es integrante del Grupo Especializado de Mujeres en la Física de la Real Sociedad Española de Física (GEMF), la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT), la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF), El Legado de las Mujeres y la ADCMurcia. En 2015 fue galardonada con el premio Tesla de divulgación científica de «Naukas». Es autora del libro «A hombros de gigantas».
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