Hay personas que tienen el don de producirme un subidón de felicidad cada vez que tengo noticias suyas. Una de ellas es nuestra Melli. Ayer por la mañana me mandó un regalo precioso, simplemente, porque se había acordado de mí al organizar las actividades para celebrar el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia en su escuela. El presente era uno de los preciosos cuentos que escribe para acercar la ciencia en sus visitas a los IES. Le he pedido si podía compartirlo con vosotros para que también puedan disfrutar de él vuestros alumnos, hijos, sobrinos, etc. Por mi parte, solo me queda una cosa por decir: Gracias Melli.
Érase una vez un pueblecico de 118 habitantes. Se decía que había empezado a construirlo un tal Mendeleiev y se le llamaba «Tabla Periódica».
Cada uno de sus habitantes vivía en una casica y todas estaban numeradas del 1 al 118.
Entre ellos eran muy distintos, los había de estado sólido, de estado líquido, de estado gaseoso, algunos desprendían luz cuando se calentaban, otros eran radiactivos y unos que eran tan tan raros que nadie los quería a su lado.
En este pueblecico habían calles en las que todos eran familia, otras calles vecinas con las que se llevaban muy bien y otras más alejadas en las que sus habitantes tenían comportamientos muy distintos. A los raros hasta los habían sacado de su calle y ahora vivían fuera del centro.
Pero, a pesar de esto, todos vivían en paz y armonía y aunque cada uno tuviese sus características y propiedades, entre ellos reinaba un gran respeto.
Un día acertó a pasar por allí un contador de historias. Le gustaba entrar a estos pueblecicos pequeños y hablar con sus habitantes porque casi siempre le contaban cosas curiosas que luego él podía repetir a niños y mayores de otros lugares.
Nuestro contador de historias fue caminando entre las distintas calles y se detuvo en una que ponía: Calle «Alcalino terreos»
«Anda , que nombre más raro para una calle. Seguro que será el nombre de la familia que vive en ella».
Recordó que en el Sureste de España había una ciudad llamada Murcia en la que los carriles de su huerta tenían los nombres de las familias que en él vivían: carril de los Penchos…
A lo mejor en este lugar pasaba lo mismo.
Avanzó por esta calle hasta llegar al número 20 y llamó con decisión.
Salió un elemento que dijo llamarse Calcio.
¿De qué me suena a mí este nombre? se preguntó nuestro contador de historias.
Calcio era regordete y de piel blanca plateada, muy dicharachero y parlanchín.
Empezó a presentarse con todo lujo de detalles:
Que si sirvo para el mantenimiento de los huesos y dientes.
Que si intervengo en la contracción de los músculos.
Que si me necesitan para los latidos del corazón.
Vale, vale. Ya he entendido que eres muy importante y necesario. Le cortó nuestro contador de historias.
—Lo tendré en cuenta y lo contaré por donde vaya.
—Hasta la vista. —se despidió con un soplido.
Siguió avanzando por una calle que estaba un poco más a la derecha y divisó una puerta de la que salía una luz super brillante.
Era la puerta número 74.
Aquí llamó tímidamente, la luz lo intimidaba un poco.
Asomó la cabeza un elemento que se presentó como Wolframio.
—¿Has dicho Wolframio? —preguntó nuestro amigo «cuenta historias»
—Anda que el que te puso el nombrecico se quedó descansando.
—Pues fueron unos hermanos españoles, Juan José y Fausto Elhuyar —le dijo Wolframio un poco enfadado.
—Y para tu conocimiento te tengo que decir que soy el único al que lo conocen por dos nombres porque también me llaman Tungsteno. Pero esa es otra historia y no estoy de humor para contártela.
—Bueno no sigas, que vas de mal en peor. Anda que menudos nombrecicos para acordarme de ellos. Y ¿qué es lo que te pasa? ¿Por qué no estás de humor para hablar? —le preguntó el «cuenta historias».
Wolframio al ver que tenía a alguien con quien desahogarse empezó a hablar:
—Pues es que estoy de capa caída. Hasta hace poco servía para iluminar las casas porque conmigo hacían los filamentos de las lámparas incandescentes, vamos las bombillas de toda la vida, y era feliz porque me enteraba de muchísimas historias cuando las familias contaban como habían pasado el día.
Pero ahora me han sustituido por las lámparas led que dicen que consumen y contaminan menos.
Nuestro contador de historias lo interrogó:
—Pero para algo más te usaran ¿no?
—Pues claro, como fundo a temperaturas muy elevadas me usan para maquinarias que cortan a grandes velocidades y para muchas cosas más. Pero lo de las bombillas me gustaba mucho —le aclaró Wolframio.
—Bueno chico, pues sigo mi camino. Se despidió nuestro «cuenta historias»
«En este pueblecico tengo historias para un año».
«Solo he llamado a dos puertas y mira de todo lo que me he enterado».
«Volveré y no tardaré mucho».
Sentenció nuestro amigo el Contador de Historias. Había encontrado un filón de sabiduría: LA TABLA PERIÓDICA
Enseñanza:
Abre tu mente para escuchar al que tiene un problema y necesita ser escuchado

Interactive Periodic Table of the Elements, in Pictures and Words
Keith Enevoldsen elements.wlonk.com
Qué maravilla de cuento! Melli ya nos tiene aconstumbradas a esta forma de contar la química. Es mi profe favorita 😉 Cuenta coceptos muy importantes, los hace fáciles, los hace cercanos, los hace amigos:) …… y esa ensañanza final!
Gracias Laura por compartirlo y gracias a Melli por sus historias y sobre todo por ser inspiración
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