
«La ausencia de investigación específica en la salud de las mujeres ha hecho invisibles para la ciencia médica los aspectos biológicos, clínicos, psicológicos, sociales, culturales y medioambientales de las diferencias».
Carme Valls Llobet, ‘Mujeres invisibles para la medicina‘ (Ed. Capitan Swing, 2021)
Nuestra salud es el resultado de un gran número de condicionantes que la medicina tradicional no ha tenido en cuenta. Entre estos no se encuentran solo los orgánicos (genéticos, biológicos, fisiológicos, endocrinos o psicológicos), sino también aquellos que tienen en cuenta que el cuerpo está inmerso en una cultura que puede manipularlo (la cultura de la pastilla en occidente, la ablación en países africanos, etc.) y en un medioambiente con el que interacciona y afecta a su salud (presencia de disruptores endocrinos). Todo esto, además, en el caso particular de las mujeres suele ir acompañado de una autoestima baja y una voluntad continua de buscar la perfección que es causa de sentimiento de culpa, angustia y ansiedad.
Es decir, dado que nuestra biología tiene unas características diferentes a la de los hombres y nuestro entorno es el de una sociedad androcéntrica, la medicina solo podrá estudiar y mejorar nuestra salud atendiendo a estas diferencias. Pero, por desgracia, esto nunca ha sido así. Gracias a décadas de intensa labor por parte de investigadoras como la endocrinóloga Carme Valls Llobet, la situación está mejorando. Pero queda camino por recorrer y debería ser un tema prioritario. Porque nuestra salud está en juego.
Los estereotipos de género de la medicina nos han hecho invisibles, han llevado a considerar que nuestras enfermedades y problemas son menos importantes que los de los hombres o a la voluntad de controlar nuestro cuerpo. Un organismo del que la medicina tiene un conocimiento muy precario. Y esto es debido a que la investigación médica y farmacológica (ausencia de ratas hembra en ensayos preclínicos), la docencia y la asistencia sanitaria han identificado el cuerpo masculino como el patrón para todas las enfermedades, salvo las que consideraban específicas de las mujeres (ligadas únicamente a la salud reproductiva), y han ignorado la morbilidad[1] diferencial condenándonos al sufrimiento, la resignación y la sumisión.
Las mujeres padecemos más enfermedades crónicas. Somos las que demandamos más atención de los servicios sanitarios ambulatorios y las que, en proporción, presentamos la mayoría de los síntomas sin diagnóstico. O con diagnósticos erróneos que etiquetan síntomas como el cansancio, el dolor generalizado o la falta de memoria y concentración de problemas psicológicos cuando esta sintomatología inespecífica es compartida por muchas de las enfermedades que más nos aquejan.
Urge introducir la perspectiva de género en el terreno sanitario tal y como impone la ley orgánica 3/2007 porque, no hacerlo, no solo incumple la ley sino que atenta contra nuestra salud.
Para saber más:
Carme Valls Llobet, «Las causas orgánicas del malestar de las mujeres», Revista Mujeres y Salud
Carme Valls Llobet, Mujeres con ciencia
Carme Valls Llobet, Mujeres invisibles para la medicina, Ed. Capitan Swing
Esta es una tarea de la asignatura Ciencia y género que imparte María M. Álvarez Lires en el Máster de Cultura Científica de la UPNA y la UPV/EHU.
[1] La morbilidad diferencial es el conjunto de enfermedades, motivos de consulta o factores de riesgo que merecen una atención específica hacia las mujeres, sea porque sólo en ellas se pueden presentar dichos problemas o porque éstos tengan una alta prevalencia en el sexo femenino.