
Ángela Figuera Aymerich
Cuando los acontecimientos me dejan sin palabras visito a mis poetas de cabecera. A aquellos que tantas veces son mi voz y mi refugio. Estos últimos días, viéndome superada por los sucesos de la actualidad, he recurrido a los versos de Ángela Figuera Aymerich, una de las voces líricas más brillantes de la literatura en lengua castellana.
Ángela nació en 1902, en Bilbao, en el seno de una familia de clase media. En la capital vizcaína realizó sus primeros estudios en el colegio del Sagrado Corazón y el bachiller en el instituto provincial. Más tarde, tras finalizar su licenciatura de Filosofía y Letras, trabajó en una empresa de importación. El 1932 fue relevante tanto a nivel personal como profesional. Por un lado, contrajo matrimonio con el ingeniero Julio Figuera y, por el otro, aprobó las oposiciones de profesora de lengua y literatura de enseñanza media y fue destinada al instituto de educación secundaria de Huelva. Ciudad en la que en 1935 daría a luz a un niño que murió al ser extraído con fórceps.
La guerra civil la atrapó en un Madrid asediado por los golpistas. Su marido, de ideología socialista, se alistó a las milicias republicanas. El 30 de diciembre de 1936 y en medio de un bombardeo, nació su hijo Juan Ramón, llamado así en honor al poeta Juan Ramón Jiménez. Años después, en un poema, Ángela escribiría que el niño había venido al mundo con salvas, como los reyes. En febrero de 1937 todos fueron evacuados a Valencia y poco después la destinaron al instituto de Alcoi. Luego trabajó en el de Murcia.
Finalizada la contienda, Ángela perdió su plaza y el título universitario por haber apoyado al bando republicano y, al igual que el resto de su familia, quedó literalmente en la calle sin dinero ni bienes. Mudarse a Madrid parecía la única oportunidad de salir adelante, allí podrían pasar más desapercibidos. Mientras la situación se normalizaba, Ángela y su hijo se trasladaron a Soria. Allí, la escritora reencontró la paz y recuperó una de sus aficiones juveniles: escribir.
En 1948, animada por su marido, publicó su primer libro Mujer de barro y, un año más tarde, Soria pura. Ambas obras pertenecen a su etapa intimista y reflejan la realización de una persona por medio del amor y la familia. Pero en los duros tiempos de posguerra, la felicidad presente en estos primeros poemarios pronto se vio ensombrecida por la presencia de la miseria, el dolor, el hambre y la injusticia. Así surgió su «etapa preocupada», tal y como ella la llamaba, que abarcaría los restantes poemarios, a excepción de los últimos trabajos dedicados al mundo infantil en los que retornaría al intimismo.
Durante los más de veinte años que duró esta etapa, hubo varios periodos. Mientras que Vencida por el ángel, Víspera de la vida y Los días duros se inscriben en las preocupaciones metafísicas y existenciales; El grito inútil, Belleza cruel y Toco la tierra transmiten un mayor interés por las cuestiones sociales y son las que situaron su imagen literaria dentro del ámbito de la poesía comprometida. De hecho, se la incluye junto con Blas de Otero y Gabriel Celaya en el llamado triunvirato vasco de la poesía social.
Por lo que se refiere a su vida personal, en 1952 empezó a trabajar en la Biblioteca Nacional de Madrid y, algún tiempo después, se incorporó al servicio de bibliobuses de esta, con los que el ministerio de educación trataba de acercar la cultura a los barrios marginales y periféricos de la capital. A lo largo de esos años Ángela actuó como una intelectual disidente. Crítica con el franquismo, optó por publicar en el extranjero cuando consideró que la censura iba a mutilar su trabajo. Belleza Cruel se publicó en 1958 en Méjico con un prólogo del poeta exiliado León Felipe.
En 1961 se reunió con su esposo en Avilés donde Julio había logrado un puesto como ingeniero, lo que significó para ella un alejamiento de los círculos literarios madrileños. En 1966 visitó la Unión Soviética y en 1967 Méjico, invitada por el librero exiliado Alfredo Gracia. Al jubilarse Julio en 1971, el matrimonio volvió a establecerse en Madrid, pero el ambiente cultural había cambiado por completo. La escritora se sentía fatigada, cansada de repetir los mismos mensajes. El nacimiento de su primera nieta la animó a dirigir su obra al público infantil: Cuentos tontos para niños listos y Canciones para todo el año. Después de esto solo hizo algunos poemas sueltos y fue siendo olvidada. Cuando el 2 de abril de 1984 murió tras varios meses de enfermedad, la noticia tuvo muy poco eco. Su marido, a partir de entonces y hasta su muerte en 1994, emprendió una férrea labor por rescatar su obra del inmerecido silencio. Como fruto de este esfuerzo, en 1986, la editorial Hiperión publica la primera edición de sus Obras completas.
Los poemas que hoy quiero compartir con vosotros pertenecen a su etapa preocupada. Espero que os sacudan como lo hacen conmigo:

Fotografía de Giorgos Moutafis (@moutafis77)
CULPA
Si un niño agoniza, poco a poco, en silencio,
con el vientre abombado y la cara de greda.
Si un bello adolescente se suicida una noche
tan sólo porque el alma le pesa demasiado.
Si una madre maldice soplando las cenizas.
Si un soldado cansado se orina en una iglesia
a los pies de una Virgen degollada, sin Hijo.
Si un sabio halla la fórmula que aniquile de un golpe
dos millones de hombres del color elegido.
Si las hembras rehuyen el parir. Si los viejos
a hurtadillas codician a los guapos muchachos.
Si los lobos consiguen mantenerse robustos
consumiendo la sangre que la tierra no empapa.
Si la cárcel, si el miedo, si la tisis, si el hambre.
Es terrible, terrible. Pero yo, ¿qué he de hacerle?
Yo no tengo la culpa. Ni tú, amigo, tampoco.
Somos gente honrada. Hasta vamos a misa.
Trabajamos. Dormimos. Y así vamos tirando.
Además, ya es sabido. Dios dispone las cosas.
Y nos vamos al cine. O a tomar un tranvía.
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Fotografía de Sameer Al-Doumy (@SameerAlDoumy)
NO QUIERO
No quiero
que los besos se paguen
ni la sangre se venda
ni se compre la brisa
ni se alquile el aliento.
No quiero
que el trigo se queme y el pan se escatime.
No quiero
que haya frío en las casas,
que haya miedo en las calles,
que haya rabia en los ojos.
No quiero
que en los labios se encierren mentiras,
que en las arcas se encierren millones,
que en la cárcel se encierre a los buenos.
No quiero
que el labriego trabaje sin agua
que el marino navegue sin brújula,
que en la fábrica no haya azucenas,
que en la mina no vean la aurora,
que en la escuela no ría el maestro.
No quiero
que las madres no tengan perfumes,
que las mozas no tengan amores,
que los padres no tengan tabaco,
que a los niños les pongan los Reyes
camisetas de punto y cuadernos.
No quiero
que la tierra se parta en porciones,
que en el mar se establezcan dominios,
que en el aire se agiten banderas
que en los trajes se pongan señales.
No quiero
que mi hijo desfile,
que los hijos de madre desfilen
con fusil y con muerte en el hombro;
que jamás se disparen fusiles
que jamás se fabriquen fusiles.
No quiero
que me manden Fulano y Mengano,
que me fisgue el vecino de enfrente,
que me pongan carteles y sellos
que decreten lo que es poesía.
No quiero amar en secreto,
llorar en secreto
cantar en secreto.
No quiero
que me tapen la boca
cuando digo NO QUIERO…
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Emocionante la de «No quiero». Hay silencios que significan lo mismo pero parece que la administración de «justicia» no es lo suficientemente perspicaz para tenerlo en cuenta.
Gracias por compartirlo
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Sí, parece que la administración de justicia se ha quedado estancada y no evoluciona al mismo ritmo que la sociedad, que ya, para mi gusto, avanza demasiado lentamente. En fin…
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