Vera, la espía de las estrellas (I): Los misterios del cielo nocturno

Vera Cooper Rubin '48

Tan pronto como me interesé en la astronomía decidí que eso era lo que haría durante el resto de mi vida. Pero no sólo era la astronomía, era la maravilla de todo. Pensaba cómo se podía vivir en la tierra y no querer estudiar todas esas cosas. Al empezar todo parecía misterioso y quería descubrirlo, no entendía como podía estar rodeada de todas esas cosas sin conocerlas.

Vera Cooper Rubin nació en 1928 en Filadelfia (Pensilvania) y desde pequeña supo que no quería vivir rodeada de misterios sin tratar de descubrirlos. Decidió dedicar su vida a investigar los secretos del universo.

Su padre, Pesach Kobchefski nació en Vilma en 1898, pero a los siete años se trasladó a Gloversville. Más tarde, en Filadelfia, estudió ingeniería electrónica convirtiéndose en el primer universitario de su familia. Philip, como se llamaría en América, poseía una gran inteligencia y ya desde pequeño mostró un talento especial para las matemáticas. Su madre, Rose Applebaum, nació dos años más tarde y se graduó en el instituto William Penn de Filadelfia, hacia el 1918. Hizo clases de canto desde pequeña, pero después de casarse dejó de cantar de forma profesional y limitó la expresión de su arte al coro del templo. Hacia el 1920, conoció a su futuro marido mientras trabajaba en la Bell Telephone Company. Después de contraer matrimonio, compraron una casa en Mount Airy y tuvieron dos hijas. Vera era la pequeña, su hermana Ruth Cooper Burg, dos años mayor, también manifestó un gran interés por la ciencia a temprana edad pero acabó estudiando derecho.

A pesar de criarse en los tiempos de la “Gran Depresión” los recuerdos de la infancia de Vera son muy felices. Sus padres estaban muy unidos y sentían verdadera devoción por sus hijas a quienes siempre ofrecían apoyo. Sin embargo, su padre vivió esa época de una forma diferente y, muchos años después, la recordaba como una pesadilla. En la Bell Telephone Company se aburría, no se sentía útil y se lo comunicó a su jefe. Dada la valía del trabajador, le dijeron que planeaban enviarle a un laboratorio que se iba a construir y que se convertiría en el Bell Labs. Pero Philip era demasiado impaciente para esperar, así que hacia el 1933 dejó la compañía. Trató de entrar en un negocio de lavandería con su cuñado pero no le reportaba ingresos suficientes para afrontar los gastos de la casa. Así que se fueron a vivir con sus abuelos al oeste de Filadelfia. En el 38, la situación laboral mejoró y, tras varios empleos, solicitó un trabajo en la administración pública, en el Departamento de Agricultura de Washington.

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Y fue precisamente en Washington donde Vera descubrió el cielo nocturno. En su nueva casa adosada compartía la habitación con su hermana. Pero, siendo como eran dos personitas de mucho carácter, decidieron dividir el territorio y trazar una línea imaginaria que no podían cruzar. La mitad del dormitorio de Vera tenía la cama al lado de un gran ventanal orientado al norte. Por la noche podía contemplar las estrellas, su rotación alrededor del polo. La niña de once años se enamoró de la astronomía y tomó la firme resolución de dedicarse a ella toda su vida. No podía abrir la luz para anotar sus observaciones ya que hubiese despertado a Ruth y se hubiese llevado la consiguiente reprimenda por parte de sus padres, pero si veía meteoritos se mantenía despierta toda la noche y memorizaba sus movimientos para dibujarlos a la mañana siguiente. Durante esos días pudo contemplar, en varias ocasiones, impresionantes auroras así como un alineamiento planetario. Quería saber más, así que empezó a sacar libros de la biblioteca. Paralelamente, unos amigos de sus padres la llevaban, junto a su hermana, a Virginia para observar las estrellas. Y fueron ellos los primeros a nombrarle las constelaciones.

Con ayuda de su padre, construyó un telescopio con un objetivo de dos pulgadas de diámetro que hizo más atractiva su época escolar. Fotografiaba las estrellas. Las redacciones versaban sobre telescopios reflectantes y refractantes. No podía aburrirse teniendo algo tan interesante en lo que fijar su atención. Hacia los catorce años empezó a ir al D.C, Amateur Astronomer Club, una vez al mes acompañada por Philip, que no creía adecuado que su hija fuese sola. Allí, escuchó por primera vez a astrónomos como Harlow Shapley y a Donald Menzel.

Su amor por la astronomía no era resultado de una atracción general por la ciencia que hubiese podido heredar de su padre. En realidad, sólo había otra disciplina científica por la que tenía verdadera adoración: las matemáticas. Después de trasladarse a Washington, volvían con frecuencia a Filadelfia para visitar a la familia y, durante las cuatro horas que duraba el trayecto, su padre les proponía enigmas matemáticos. Entre acertijo y acertijo, Vera jugaba con los números de las matrículas de los coches, aprendiendo, sin saberlo, combinatoria de forma autodidacta. Como resultado de esta afición a las ciencias exactas, su padre trató de convencerla para que eligiese este camino y se hiciese matemática ya que ceía que no podría ganarse la vida como astrónoma.

Coolidge High School

Coolidge High School

En el Coolidge High School tuvo a su mejor profesor, Lee D. Gilbert. Impartía matemáticas y siempre incitaba a sus alumnos a pensar por sí mismos. En ocasiones, les proponía problemas que aún no les había enseñado a resolver, con el fin de que empezasen a plantearse la posible respuesta. Por el contrario, no tuvo demasiada suerte con los profesores de ciencias. Vera reconoce que tuvo parte de culpa ya que, a diferencia de su hermana, era terriblemente independiente. En la clase de física se sentía totalmente fuera de lugar, parecía un club de grandes machos entre los cuales una mujer pintaba muy poco. Ella tenía un fuerte sentimiento de justicia e imparcialidad y ese comportamiento le resultaba incomprensible. Las prácticas de laboratorio eran una pesadilla. No lograba entablar comunicación con el profesor, quien nunca habló con ella lo suficiente para saber que estaba interesada en la astronomía. El día que le concedieron la beca a la prestigiosa Universidad femenina de Vassar, tropezó con él por los pasillos del instituto y se lo contó. Era la primera vez que intercambiaban una palabra fuera de clase. Y sería la última. Su amable respuesta fue: “Mientras permanezcas alejada de la ciencia, todo irá bien”.

A modo de anécdota, decir que, aparte de la Universidad de Vassar, también había cursado solicitud para las universidades de Pensylvania y de Swarthmore. La responsable de admisiones de esta última no se la tomó en serio en ningún momento de la entrevista y le aconsejó que, dado que quería dedicarse a la astronomía y le gustaba pintar, considerase desarrollar una carrera profesional como pintora de escenas astronómicas.

Por lo que a la religión se refiere, la vivían más como una tradición familiar que como una práctica ligada a la asistencia a la sinagoga. En el instituto no experimentó antisemitismo pero sí había una fuerte segregación religiosa. Todos los chicos con los que salió eran judíos y Ruth, a diferencia de ella, pertenecía a una hermandad judía. Para Vera no podía contemplarse dicha opción ya que por encima de todo necesitaba sentirse libre. Sabía que en algunas cosas era diferente, que le divertían cosas que no parecían gustarles a los demás. Prefería quedarse en casa leyendo o haciendo otras actividades que no salir al cine o a tomar algo. Pero no recibió crítica alguna por ese comportamiento. Sus compañeros eran suficientemente inteligentes como para entender su pasión por la astronomía.

Hacia el 1940 su padre empezó a trabajar en la Marina y permaneció allí durante toda la guerra. Eran tiempos difíciles en los que todo parecía cambiar a su alrededor. Los amigos de su hermana, que por aquel entonces tenían dieciocho años, se estaban alistando. Para conseguir algo de dinero trabajó todos los días festivos y las vacaciones veraniegas en la oficina del Servicio Selectivo del General Hershey. Lo detestaba, pasó allí las peores horas de su vida. No paraba de mirar el reloj y no sentía interés alguno por lo que hacía. Su madre era consciente de lo mucho que le desagradaba ese empleo pero pensaba que era importante que experimentase lo que significa tener que hacer algo que no te gusta. Tomaba el autobús con su padre para dirigirse al suplicio, y recuerda perfectamente la mañana del seis de agosto del 1945. Tenía diecisiete años y leyó en los periódicos la noticia de la explosión de la bomba atómica. Fue el recuerdo más dramático de esa etapa.

Vassar College

Vassar College

Durante el periodo bélico la Universidad de Vassar había elaborado un plan de estudios de tres años y, en septiembre de 1945, lo mantuvieron al tiempo que recuperaron el antiguo plan de cuatro años. Los alumnos podían elegir entre los dos y Vera se decantó por el más corto. La beca que le habían concedido no cubría todo el importe de la matrícula por lo que, en el segundo trimestre, entró a trabajar como ayudante en el departamento de astronomía. Trataba de limitar sus gastos lo máximo posible de manera que no representase una carga para la familia que ya contaba con otra hermana en la universidad. La austeridad también limitaba sus desplazamientos y no hacía viables las visitas a casa. No obstante, se sentía afortunada: el entorno era maravilloso, aprendía astronomía, tenía comida suficiente y un poco de dinero para ir tirando. No necesitaba más.

El primer año conoció a una astrónoma profesional, Maud Makemson que le dio tres clases semanales y un crédito adicional de  Historia de la astronomía que resultó ser muy inspirador. Fue un curso técnico, en el que por primera vez, utilizó un telescopio en las prácticas del laboratorio de ciencias. Los resultados de las observaciones no los anotaba en el cuaderno de primer año, sino que los dibujaba en sus propias hojas.

Maud Makemson

Maud Makemson

Cuando entró en la universidad sus padres vendieron la casa y se mudaron a unos apartamentos en Trenton Terrace, que estaban cerca del laboratorio de investigación de la Marina. Dado que Vera necesitaba dinero, su padre le consiguió un empleó allí, donde trabajó durante tres veranos. El primero de ellos fue un poco distinto porque estuvo en un grupo de pruebas psicológicas estudiando respuestas rápidas a situaciones de emergencia. Los dos siguientes, trabajó en el laboratorio de óptica de  Richard Tousey, lo cual le resultó más interesante. Lo más curioso de trabajar en un laboratorio militar era que participaban en una pequeña parte de un proyecto que desconocían.

En el segundo año de carrera, Maud Makemson tuvo un año sabático y apareció una profesora llamada Mrs. Singer. Esto hizo que Vera, no sintiéndose cohibida por alguien de la talla de Makemson, diese rienda suelta a su espíritu investigador. Experimentó con el telescopio de 15 pulgadas y con el espectroheliógrafo. Con la ayuda de un amigo, pasó las tardes observando y fotografiando el cielo. No tenía otro objetivo que sentir que hacía de astrónoma. Respecto a las demás asignaturas, se vio obligada a hacer física. Después de la experiencia desastrosa vivida en el instituto, había decidió escaquearse de esta asignatura el primer año pero el segundo ya no fue posible hacerlo. Afortunadamente, el curso resultó muy satisfactorio ya que dieron especial relevancia a la óptica, que era el campo de la física que más le interesaba. Además tuvo la suerte de compartir clase y experimentos con alumnas que habían elegido la especialidad de física y transmitían su pasión por la misma. Este grupo organizaba seminarios una vez al año y, en una ocasión, acudió un joven de unos veinticuatro años llamado Richard Feynman. Todas se quedaron prendadas del conferenciante. Sabían que había muerto su mujer y veían a Feynman como a una especie de héroe romántico. Algunas de las estudiantes le conocían pero ella no se atrevió a decirle una palabra en todo el fin de semana.

El verano del 47 fue movido. Sus padres habían conocido a los progenitores de un joven universitario y decidieron presentarlos. Durante la cena, Vera supo que Bob Rubin iba a Cornell y, lo más importante, que le había dado clases el propio Richard Feynman. Esto último le hizo subir muchos puntos al muchacho, dándole un atractivo especial. Desde el principio se mostraron interesados el uno por el otro. Pero tras finalizar el verano retomaron sus respectivos caminos. Ella volvió a Vassar para cursar su último año y él continuó sus estudios en Cornell. Bob había tenido una carrera accidentada por culpa de la guerra y ahora debía tratar de conseguir un currículum mínimamente normal de químico-físico. Una vez en sus destinos universitarios, pudieron verse en numerosas ocasiones. Ninguno de los dos tenía coche pero se las arreglaban para encontrar algún conductor voluntarioso que les acercase. Sobre el mes de noviembre, escribieron una carta a sus padres comunicándoles que querían casarse a finales de verano. Los susodichos no pudieron quejarse puesto que habían propiciado el encuentro.

Robert Rubin

Robert Rubin

Por lo que se refiere al aspecto académico, el tercer año fue complicado. Maud Makemson había vuelto y mantuvieron una relación muy tensa. Para la astrónoma Vera no se tomaba el estudio demasiado en serio y estaba segura de que una vez casada, dejaría atrás la astronomía. Creía que no se aplicaba lo suficiente, que no se esforzaba como lo hubiese hecho en el caso de no haber aparecido Bob. De las dos asignaturas que cursó con ella, en una no tuvo problemas porque compartía el aula con más gente, pero en la otra, en la que era la única estudiante, vivió un infierno. El momento más tenso de la relación entre ambas se dio en el examen final de carrera, cuando la profesora tuvo que reconocer que se había equivocado en el enunciado de uno de los ejercicios. Vera, que había hecho bien el resto de problemas, se graduó. Afortunadamente, la historia entre ambas tuvo un final feliz, y con el tiempo llegaron a ser grandes amigas.

El siguiente paso que debía realizar para llegar a ser astrónoma era hacer el máster. En un principio, había solicitado la beca para ir a Harvard pero las circunstancias personales hicieron que se decidiese por Cornell donde estudiaba Bob. Cuando comunicó su cambio de opinión a Donald Menzel de Harvard, este acabó su carta de respuesta escribiendo que “este es el problema con las mujeres. Cada vez que tengo una realmente buena, lo deja para casarse.” Entonces había mucha diferencia entre la enseñanza de astronomía que se impartía en Harward y la de Cornell pero Vera era optimista por naturaleza y no creyó que estuviese disminuyendo sus posibilidades de dedicarse a la astronomía en un futuro.

En Cornell el departamento de astronomía estaba situado en un cobertizo de madera detrás del edificio de física. El recibimiento por parte de William Shaw fue antológico. Le dijo que buscase algo más que hacer ya que no había trabajos en astronomía, había muy pocos observatorios y no se necesitaban astrónomos. No era algo personal, Shaw estaba perpetuamente a la defensiva y creía que todo el mundo pretendía engañarle. Vera no tuvo más remedio que acostumbrarse a su carácter ya que le tocó ser su ayudante en el curso elemental de astronomía. Y, para más inri, ello le suponía además, tener que perderse algunas clases fundamentales de su primer año de física como la dinámica clásica. Cuando Feynman supo del problema del solapamiento horario, habló con ella y le recomendó que cursase su asignatura de electrodinámica cuántica. Para alguien que no contaba con un gran bagaje en física resultó un tanto drástico empezar directamente con esta asignatura pero, por fortuna, la gran capacidad didáctica del Profesor Feynman hizo que pudiese superarla con éxito. Y es que, si algo tenía Cornell, era un departamento de física potente. Vera tuvo el privilegio de tener profesores como H. Bethe, P. Morrison y el citado R. Feynman. Puede que si no hubiese tenido tan claro qué quería hacer, se hubiese visto tentada a cambiar de especialidad. Pero la elección estaba tomada y en astronomía también contó con una personalidad destacada como la astrónoma Martha Sathr (posteriormente Martha Carpenter), con quien estudió las ecuaciones de astronomía esférica y la dinámica de las galaxias.

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Realizó el trabajo para la tesis del master en la primavera de 1950 y suscitó mucha controversia. Se planteó la posibilidad de que el universo experimentase un movimiento de rotación alrededor de un eje central y no se limitase a expandirse a partir de un punto, tal y como postulaba la teoría del Big Bang. Esta premisa podía ser fruto de la lectura de un artículo especulativo de George Gamow, publicado en la revista Nature, que llevaba por título: “Rotating Universe?” (¿Universo rotatorio?). Lo que ella no sabía es que Gamow estaba sólo en ese tema, e incluso en el propio artículo reconocía que la idea podía parecer una fantasía a primera vista.

Para llevar a cabo el estudio, Vera recopiló los datos  de las 108 galaxias para las cuales los astrónomos habían conseguido medir el desplazamiento al rojo (efecto Doppler, que experimenta la luz cuando la fuente emisora se aleja del receptor). Separó la contribución de la velocidad debida al movimiento de expansión del universo y representó las velocidades residuales en una esfera. Buscaba únicamente si aquel movimiento residual presentaba alguna peculiaridad y encontró que las galaxias espirales parecían viajar más rápidamente en una dirección que en la otra.

Como podía esperarse, Shaw no se mostró satisfecho con la tesis y le comentó que el trabajo estaba hecho de un modo bastante descuidado y que ello se debía a que no prestaba suficiente atención a los detalles. También le comentó que los resultados podían presentarse en la reunión de la A.A.S. (American Astronomical Society) que se celebraría aquel diciembre en Haverford, y que, dado que Vera no era miembro y que por aquel entonces acabaría de tener el niño, lo presentaría él a su nombre. Por supuesto, Vera rechazó tan generoso ofrecimiento y le aseguró que podría ir y presentarlo ella misma. 

Cornell College

Cornell College

En principio debía hacer los exámenes orales del master en junio de 1950 con un tribunal compuesto por los profesores Shaw, Feynman y Stahr, pero Feynman desapareció de Cornell una semana antes de la prueba sin decírselo y sin una razón aparente para ello. Así que el examen oral se aplazó hasta octubre y se eligió al profesor Philip Morrison como nuevo miembro del tribunal.

Llegó diciembre. Su hijo David, que tenía que nacer en octubre, vino al mundo el 28 de noviembre y su residencia en Ithaca estaba lejos de Haverford. Los padres de Vera fueron a buscarlos y les condujeron a Haverford. Nevaba y el viaje fue muy duro. Se había preparado la charla, que tituló “Rotación del Universo”, con sumo cuidado, memorizando palabra por palabra. No había consultado el programa y desconocía quien hablaría antes de su intervención. Llegado el momento, realizó su presentación y, una vez finalizada, se sucedieron las críticas. Vera no conocía a ninguna de las personas que se ponían en pie para expresar que el punto de partida era extraño, los datos pobres y la conclusión poco convincente. Finalmente, el astrónomo Martin Schwarzschild puso fin a la agria discusión expresando en voz alta que el tema resultaba muy interesante y que debería tenerse en cuenta. A continuación el moderador anunció la pausa para el café. Y Vera ya tuvo bastante. Para ella, la reunión había concluido.

Sabía que su artículo no era extraordinario ya que, después de todo, se trataba de la tesis de un máster. Pero creía que había tomado los datos con sumo cuidado y que sus resultados merecían mayor consideración. Además, pensaba que había hecho una buena exposición de los mismos. Lo que desconocía y supo tiempo después es que cuando sometieron su artículo a la acción del Consejo, hubo una fuerte discusión sobre si permitían o no que fuese presentado. Así pues, antes de empezar a hablar ya la estaban “esperando”. Por lo que se refiere a Schwarzschild, fue de gran ayuda y le escribió unos seis meses más tarde de la reunión, para decirle que había oído que estaba teniendo dificultades para conseguir que se publicase el documento y que la ayudaría presentándolo como una comunicación. El documento fue rechazado por el ApJ (Astrophysical Journal) y el AJ.

Martin Schwarzschild

Martin Schwarzschild

La conferencia fue tan sonada que al día siguiente su intervención fue primera página de muchos periódicos, incluyendo el Washington Post que la publicó bajo el titular: “Joven madre encuentra el centro de la creación o algo parecido”. Cincuenta años más tarde, cuando consiguió la Medalla de la Ciencia, unos amigos suyos holandeses, publicaron en un pequeño periódico “Abuela mayor consigue la medalla de la Ciencia” y se la enviaron como felicitación. Lo único positivo que encontró Vera en aparecer en el diario fue que algunos astrónomos sabrían quien era, o para ser exactos, quien era “Vera Hubin”, que fue como la bautizaron.

Afortunadamente este acontecimiento no debilitó lo que sentía por la astronomía, pero la situación en la que se encontraba, le llevó a preguntarse en repetidas ocasiones si llegaría a ser astrónoma alguna vez. Ya no estaba en el Departamento de la universidad y los siguientes meses los pasaría cuidando de su hijo y haciendo mudanzas. Sería un tiempo difícil en el que se daría cuenta hasta qué punto echaba de menos la astronomía.

Pero eso lo veremos en el siguiente capítulo… Vera, la espía de las estrellas (II): «Lo que ves en una galaxia espiral, no es lo que hay»

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Acerca de Laura Morrón Ruiz de Gordejuela

Licenciada en Física por la Universidad de Barcelona y máster en Ingeniería y Gestión de las energías renovables por IL3. Tras desempeñar su labor profesional durante diez años en el campo de la protección radiológica, tuvo la oportunidad de entrar a trabajar en Next Door Publishers, donde, como editora, puede aunar su pasión por la divulgación científica y los libros. Aparte de esta labor, desde 2013, ejerce de divulgadora científica en el blog «Los Mundos de Brana» —premiado en la VI edición del Concurso de Divulgación Científica del CPAN— y en las plataformas «Naukas» y «Hablando de Ciencia». Ha colaborado en los blogs «Cuentos Cuánticos» y «Desayuno con fotones» y en los podcasts de ciencia «La Buhardilla 2.0», «Crecer soñando ciencia» y «Pa ciència, la nostra». Es integrante del Grupo Especializado de Mujeres en la Física de la Real Sociedad Española de Física (GEMF), la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT), la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF), El Legado de las Mujeres y la ADCMurcia. En 2015 fue galardonada con el premio Tesla de divulgación científica de «Naukas». Es autora del libro «A hombros de gigantas».
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33 respuestas a Vera, la espía de las estrellas (I): Los misterios del cielo nocturno

  1. jmbenlloch dijo:

    Hola Laura!

    Una vez más otro post de gran calidad, es una historia muy interesante. Yo personalmente no conocía a esta científica que nos presentas hoy. Me ha llamado mucho la atención que la responsable de admisión de una universidad le recomendara dedicarse a la pintura astronómica… menos mal que a pesar de todas las trabas consiguió dedicarse a lo que quería. También me gustaría haber tenido la suerte de contar con los grandes profesores que tuvo, que envidia xD

    Por último, habrá que estar pendientes de la segunda parte para ver como sigue la historia 🙂

    Saludos 😉

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    • ¡Hola José María!
      Me encanta que te gusten las entradas y que descubras cosas nuevas.
      Es una gran científica y, en mi modesta opinión, merecería el Premio Nobel.
      Respecto a los profes que tuvo, me muero de envidia. Y no de la sana, que no se ha demostrado que exista, de la insana, de la que llamaríamos envidia cochina 😉
      Nos seguimos leyendo.
      Un besote!

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  2. Queremos el II y lo queremos ya! 😛
    Me ha encantado, para mi Vera era una gran desconocida, hasta hoy.

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  4. omalaled dijo:

    Hola. Tengo que leer con detenimiento tu artículo. Te voy a pedir fuentes, porque me resuta muy interesante lo poco que he leído por encima.

    Por otro lado, déjame resaltarte un error. En la foto, de los tres físicos que tuvo como profesores, el de la izquierda no es Morrison, sino Bethe. A Morrison no lo conocía, pero de Bethe sí que había visto otras fotos y me ha «rascado» en cuanto la he visto. El de la izquierda estoy convencidísimo que era Hans Bethe (por cierto, se estuvo riendo un buen rato cuando Feynman acababa de llegar de que le dijeran que era deficiente para el ejército de los EEUU 🙂 )

    Lo dicho, que lo leeré con detenimiento.
    Salud!

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    • Muchas gracias!!! Ahora mismo lo corrijo!!!
      Lo cierto es que no lo he sacado de un libro en concreto porque no he encontrado ninguno que hablase lo suficiente de Vera Rubin.
      Así que he intentado leer todo lo que he encontrado, que seguro que hay más, por la red y entrevistas que le han hecho.
      Pero como soy novatilla veo que se me escapan cosas y mira que intento informarme al máximo. Espero que con el tiempo vaya encontrando cada vez fuentes mejores.
      Repito, mil gracias.
      Un saludo

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    • Me confundí al poner los nombres, el del centro es Morrison!!!!

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